(ZENIT – 7 Nov. 2017).- El Papa ha explicado que si no se comprende la gratuidad de la invitación de Dios “no se entiende nada”.
La reflexión del Santo Padre en la Misa matutina celebrada hoy, primer martes de noviembre, en Santa Marta ha sido en torno a este concepto, la gratuidad.
“Si se pierde la capacidad de sentirse amados, se pierde todo”, dice el Papa Francisco.
El Santo Padre comentó el pasaje del Evangelio de San Lucas propuesto por la liturgia del día, en el que Jesús narra una parábola para responder a uno de los comensales que le había dicho: “¡Bienaventurado el que tomará la comida en el Reino de Dios!”. El Señor aconseja a quien debe invitar a alguien a su casa, que invite a quien no puede devolver la invitación.
Un hombre ofreció una gran cena –relata la parábola– e invitó a muchas personas. Los primeros invitados no quisieron ir porque no tenían interés ni por la cena, ni por la gente, ni por la invitación del Señor: estaban ocupados en sus propios intereses que eran más grandes que esa invitación. Estaba el que había comprado cinco pares de bueyes, el que había comprado un campo, o el que estaba recién casado. En una palabra –subrayó el Papa– se preguntaban qué habrían podido ganar. Estaban “ocupados” como aquel hombre que había construido depósitos para acumular sus bienes, pero que murió aquella noche.
Estaban apegados a sus intereses hasta el punto de que esto los llevaba a una “esclavitud del Espíritu”, es decir a ser “incapaces de comprender la gratuidad de la invitación”. Una actitud ante la cual el Papa Francisco recomendó comprender la gratuidad de Dios: “La iniciativa de Dios siempre es gratuita. Pero para ir a este banquete, ¿cuánto hay que pagar? El boleto de entrada es estar enfermo, es ser pobre, es ser pecador… Así estos te dejan entrar. Este es el boleto de entrada: estar necesitado, tanto en el cuerpo como en el alma. Pero, para la necesidad de cuidado, de curación, hay que tener necesidad de amor…”.
En este contexto, el Papa ha señalado que existen dos actitudes: por una parte la de Dios, que no hace pagar nada y dice después al siervo que conduzca a los pobres, a los lisiados, a los buenos y a los malos. Se trata de una gratuidad que “no tiene límites”. Dios –subrayó el Santo Padre– “recibe a todos”.
Por otra parte, está el modo de actuar de los primeros invitados que, en cambio, no comprenden la gratuidad. “Como el hermano mayor del Hijo Pródigo, que no quiere ir al banquete organizado por el padre para su hermano que se había ido, y que no entiende”. Este no entiende la gratuidad de la salvación, piensa que la salvación es fruto del “yo pago y tú me salvas”. Pago con esto, con esto, con esto… No. ¡La salvación es gratuita! Y si tú no entras en esta dinámica de la gratuidad no entiendes nada. La salvación es un don de Dios al que se responde con otro don, el don de mi corazón”.
“El Señor no pide nada a cambio” –dice el Papa– “sólo amor y fidelidad, como Él es amor y Él es fiel” evidenciando que “la salvación no se compra, sencillamente se entra en el banquete”. “Bienaventurado quien tomará alimento en el Reino de Dios”: ésta es la salvación.
Pero aquellos que no están dispuestos a entrar en el banquete, porque así “se sienten seguros”, “salvados a su modo, fuera del banquete”. Estos –advierte el Papa– “han perdido el sentido de la gratuidad, el sentido del amor. Han perdido una cosa más grande y más bella aún y esto es muy malo: han perdido la capacidad de sentirse amados”.
El Papa Francisco finalizó la homilía exhortando que pidamos al Señor que “nos salve de perder la capacidad de sentirse amados”.
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