24 de julio, 2020 | Comunicación social | Fr. José Arcesio Escobar E., ocd - Carmelitas de San José
Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5,5).
Al recibir en sueños el anuncio del Ángel del Señor que le mandaba irse a un país extraño, con su mujer y el niño recién nacido, para evitar que Herodes lo matara, seguramente san José experimentaría lo que nosotros sentimos ahora, una gran impotencia, una angustia y una oscuridad terribles. Sin embargo, “se levantó José y tomó de noche al niño y a su madre, y partió para Egipto, y allí permaneció hasta la muerte de Herodes” (Mt 2, 13-15). Tomar a María y al niño Jesús y marcharse con ellos es una gran enseñanza que nos deja hoy san José. Aferrarnos a ellos nos ayudará a enfrentar esta gran crisis por esta pandemia que azota a la humanidad.
Un segundo elemento que aparece con mucha claridad es la obediencia. José no hizo lo que mejor le parecía, ni siquiera opinó nada; el texto sagrado nos dice tan solo que “José se despertó del sueño e hizo lo que el ángel le había mandado” (Mt 1, 24). Eso es todo, no hay que hacer nada más, simplemente obedecer, aunque me parezcan mejor otras determinaciones y mis opiniones sean diferentes sobre lo que más nos convenga; José obedeció y eso es lo que tenemos que hacer nosotros. Es lo que tengo que hacer en este momento y siempre: obedecer.
José aceptó su pobreza, su impotencia ante los acontecimientos que se le presentaban. Nuestra tarea, y la mía hoy, es aceptar esta gran pobreza, esta impotencia de no poder ayudar a todo el mundo como quisiéramos, recluirnos con nuestros hermanos, nuestros abuelos y nuestra gente de la Ciudad de Dios hasta nueva orden. Que se haga la voluntad del Señor en mí y en todos nosotros.
José se dispuso a acoger y acatar la voluntad de Dios, aunque no la entendiera ni comprendiera por qué querían matar a su hijo indefenso. Y se pone en camino en medio de una circunstancia muy particular y significativa: “era de noche”. No era una simple noche cósmica, era también una noche oscura para su espíritu, para su razón y para todo su ser, que no podía comprender nada; sin embargo, se deja conducir por el misterioso designo de Dios sobre su vida y sobre la vida de su familia. Me impresiona ver a José caminar progresivamente hacia el centro de esa noche, hundiéndose en una noche cada vez más oscura, pues dejar su tierra, su cultura, su país, sus derechos como ciudadano, para sumergirse en un largo, peligroso y desconocido viaje por el desierto, cruzando inhóspitas tierras, sin saber a dónde llegaría, esto era dirigirse al centro de una noche oscura, terriblemente oscura, con la única certeza de que en el fondo de esa gran oscuridad estaba la luz, pálida y tenue, de la fe y de la esperanza que lo animaban. Era una terrible noche, angustiante, al igual que lo que vivimos nosotros ahora, o lo que vive un secuestrado y su familia, soñando con el día en que todo eso termine, o también lo que puede enfrentar la gente de nuestros pueblos, invadidos por los grupos armados y amenazados constantemente, enfrentándose a la muerte momento a momento. Esta noche oscura, de la cual no huyó san José, sino, por el contrario, hacia cuyo centro y corazón se encaminó, nos habla de confianza en medio de la crisis, abandono sereno, certeza de que no se va solo sino que se camina con Dios, “aunque es de noche”, como diría san Juan de la Cruz.
San José, y lógicamente también su esposa María, enfrentaron esta gran crisis con tres armas poderosas que también nosotros tenemos en nuestras manos: el amor, la oración y el servicio. José y María amaron hasta el extremo a ese niño que se les confiaba, habrán orado sin descanso para pedir a Dios su protección para el pequeño y para ellos, y habrán servido con todo lo que podían al recién nacido, para que no sufriera y no se le hiciera tortuoso el camino. Así debemos enfrentar nosotros esta pandemia y lo que ella ha suscitado en la vida de todos: orando, amando y sirviendo.
Contemplo a José y a María de camino, con el Niño, y descubro el gran valor de la sencillez en el obrar. San José no necesitó grandes cosas, simplemente acató la voluntad de Dios y con gran sencillez hizo eso que se le pedía. La figura de san José en la historia sagrada se presenta con gran sencillez, casi como un desconocido. Su vida de Nazaret transcurre de manera normal, corriente. También con sencillez acepta a María, a pesar de estar esperando un hijo que no era de él. José vivió con sencillez su cotidianidad. Con sencillez muere, inadvertido, y con sencillez se hace presente en la vida de la Iglesia, caminando con ella, pero procurando que los protagonistas siempre sean Jesús y María. Con sencillez debemos seguir caminando nosotros en medio de esta tormenta, confiando siempre en el Señor, en María su madre y en José, nuestro padre y protector.
José se dedicó a proteger a la Sagrada Familia, familia que ahora somos nosotros. Por eso confiemos serenamente en lo que Dios nos va permitiendo vivir, conservando la esperanza y la certeza de que no vamos solos, sino que san José viene a nuestro lado, y con él, por supuesto, Jesús y María.
Es el momento de poner en práctica lo que creemos y de vivir el día a día como el Señor nos lo vaya presentando. Pidamos siempre a san José que nos ayude “a cumplir la misión que cada día el Señor nos encomiende, con la misma docilidad con la que siempre estuvo abierto para acatar su voluntad. Que el amor impregne las acciones que realicemos y adoremos ininterrumpidamente a la Santísima Trinidad que nos habita”, como le rezamos a san José cada día, en la oración de la comunidad.
Confiemos en Dios, que nos llevará a puerto seguro y nos dará los medios para seguir dando la vida por los demás.
FR. JOSÉ ARCESIO ESCOBAR E. OCD.
Asociación Carmelitas de San José
Fuente: www.diocesisdechiquinquira.org