LA VIDA CONSAGRADA, DON PARA LA IGLESIA
«La vida consagrada es un don a la Iglesia, nace de la Iglesia, crece en la Iglesia, está toda orientada a la Iglesia»
La vida consagrada, testimonia y expresa de forma ‘fuerte’ la búsqueda recíproca de Dios y del hombre, el amor que los atrae; la persona consagrada, por el mismo hecho de existir, representa como un ‘puente’ hacia Dios para todos aquellos que la encuentran, un llamado, un reenvío. Y todo esto se afianza en la mediación de Jesucristo, el Consagrado por el Padre. ¡El fundamento es Él! Él, que ha compartido nuestra fragilidad, para que nosotros pudiéramos participar de su naturaleza divina.
Para el hombre de hoy, la vida consagrada permanece como una escuela privilegiada de la ‘compunción del corazón’, del reconocimiento humilde de la propia miseria, pero, al mismo tiempo, permanece como una escuela de la confianza en la misericordia de Dios, en su amor que nunca abandona. En realidad, cuanto más nos acercamos a Dios, más cerca estamos de Él, más útiles somos para los demás".
Si la vida religiosa no existiera ¡cuán pobre sería todavía más el mundo! Más allá de las valoraciones superficiales de funcionalidad, la vida consagrada es importante precisamente por su ser signo de gratuidad y de amor, y ello aún más en una sociedad que corre el riesgo de quedar sofocada en el vórtice de lo efímero y de lo útil’".
La vida consagrada, testimonia la sobreabundancia de amor que impulsa a ‘perder’ la propia vida, como respuesta a la sobreabundancia de amor del Señor, que fue el primero que ‘perdió’ su vida por nosotros.
Estimemos, respetemos y amemos la vida religiosa. Oremos por las vocaciones a la vida consagrada.