Celebramos el día del Señor en este tiempo ordinario que nos invita una y otra vez a estar atentos a los signos de los tiempos en una sociedad injusta, consumista e individualista, sin embargo Cristo sigue resucitando porque ha sido constituido como el Señor de la vida.
Las lecturas de este domingo nos invitan a ser hombres sabios, conscientes de la realidad caduca que nos rodea, de nuestras limitaciones como seres humanos dentro de la creación pues “somos como la hierba del campo, que florece y se renueva por la mañana y por la tarde la siegan y se seca” (Salmo 89).
“Vanidad de vanidades, todo es vanidad, ¿qué saca el hombre de todos sus trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado.”
Ante tal situación, Jesús nos enseña que la tentación del hombre es dejarse robar el corazón por las cosas efímeras. En el evangelio de san Lucas nos advierte de no dejarnos llevar por cualquier codicia, puesto que la vida no está asegurada por los bienes que podamos alcanzar, no está determinada por las esmeraldas, tierras, cabezas de ganados, cultivos que podamos poseer, sino más bien por el empeño que tengamos por ganarnos ese tesoro que se encuentra en el campo y nos hace renunciar a todo por tenerlo con nosotros, el Reino de Dios
“Por lo tanto, si alguien desea convertirse en el amo de toda la riqueza, poseerla y excluir a sus hermanos, incluso a la tercera o cuarta generación, tal desgraciado no es un hermano sino un tirano bárbaro y cruel, una bestia feroz cuya boca siempre está abierta dispuesta a devorar para su uso personal la comida de los otros hermanos” (San Gregorio de Nisa C330-394).
Fuente: Diócesis de Chiquinquirá