FURA Y TENA
LA LEYENDA DEL ORIGEN DE LOS MORADORES DE ESTOS TERRITORIOS
Fue Are el supremo dios, creador del territorio y pueblo de los Muzos; como una inmensa sombra inclinada asomó a los lados del gran río (Magdalena), atravesando en lento vuelo la inmensidad del espacio, y al vaivén de su paso fulminante, según la mayor o menor detención del movimiento, iban surgiendo las montañas y los valles como agradecida salutación a su creador.
Se detuvo después a las orillas del sagrado río Carare y de un puñado de tierra formó dos ídolos que llamó Fura (Mujer) y Tena (Hombre) que arrojó después a la corriente en donde, purificados por los besos de las espumas, tomaron aliento y vida, siendo ellos los primeros seres del linaje humano.
Are les señaló los linderos de sus dominios, les enseñó a cultivar la tierra, fabricar loza, tejer las mantas y a luchar bravíamente para defenderse de las fieras y los seres extraños que llegaran a su territorio; les dio normas de salud y de vida, inculcándoles la libertad sin limitaciones de ninguna especie, les puso el sol, la luna y las estrellas, y para que eternamente gozaran de la tierra les concedió el privilegio de una perpetua juventud, pero el amor debía ser único y exclusivo de los dos, regla de la vida que violada por la infidelidad traería para ambos la vejez y la muerte.
Así Fura y Tena fue formando el mundo de los Muzos, pasaban años y siglos, generaciones y generaciones, pero el tiempo no llegaba hasta ellos, siempre en perpetua juventud y progresiva fecundidad, veían como su descendencia descuajaba las montañas y poblaba los dominios.
Cada Muzo, cumplidos los veinte años escogía parcela y formaba un hogar, plenamente libre, sin sometimiento a régimen de gobierno alguno, sin otra obligación que la veneración de los sagrados progenitores (Fura y Tena).
Fueron surgiendo así en la montaña los labrantíos como un tributo de veneración a los primeros seres que tan fructíferamente cumplían el mandato del supremo Are, dios creador que en su marcha al sol hacía mucho tiempo se había sumergido para siempre en la sagrada corriente del Carare.
Tranquila y dulce dentro del trabajo rudo, se deslizaba la vida de los Muzos, y pasados muchos siglos la muerte rondaba al fin la juventud de Fura y Tena. Por los mismos lados del Occidente por donde apareciera Are, llegó un mancebo, de extraña raza, en busca de una flor privilegiada y milagrosa, que tenía en sus perfumes el alivio de todos los dolores y en sus esencias el remedio a todas las enfermedades; curiosamente recorría las montañas, cruzaba los ríos, trepaba los árboles y esperaba la aurora en los más altos picachos escrutando en vano por todas partes la planta que ostentaba la codiciada flor.
Zarbi, era el nombre de este raro personaje; vagó muchos días y muchas noches en busca de la flor, y convencido de la inutilidad de su empeño acudió a Fura, en la esperanza de hallar un firme apoyo a sus propósitos, relatándole las maravillosas propiedades de la planta.
Tanta fuerza de convicción puso Zarbi a sus palabras que la compasiva Fura se ofreció ayudarle a descubrir la flor y en busca de ella se fueron los dos a la montaña; pero el sentimiento de Fura iba cambiando y el primitivo impulso de compasión se fue extinguiendo para surgir el amor; en busca de la flor misteriosa, encontraron en el amparo de la selva la propicia ocasión para la infidelidad, venenosa flor que llevaba la muerte en sus secretos.
La acusación de la conciencia, palabra de Are que hablaba desde la intimidad del alma, tornó a Fura triste y con la tristeza diariamente llegaba a la vejez, prueba irrefutable de la infidelidad y anuncio seguro de muerte.
Comprendió entonces Tena que la sagrada ley del único y exclusivo amor que les pusiera Are había sido violado por Fura, y que debía morir; pero la infiel, en castigo tendría que sostener en las rodillas durante ocho días el cadáver del esposo engañado, para hacer regar con lágrimas los despojos de la inocente víctima, y mirar y sufrir todo el horroroso proceso de la descomposición humana.
Cuidadosamente afiló Tena su macana, a manera de puñal, y recostado en las rodillas de Fura se atravesó el corazón. La sangre empezó a manar a borbotones de la herida, cubriendo en movediza manta de púrpura los pies de Fura, mientras su alma iniciaba la marcha al sol, el astro que Are había puesto para animar la vida. Pero antes de la ausencia eterna buscó su venganza y en lejanas tierras convirtió a Zarbi en un desnudo peñasco, para así poder flagelarlo con ramales de rayos desde la mansión solar, el cielo de los Muzos.
Zarbi dentro de su pétrea inmovilidad pudo sin embargo luchar, defenderse y vengarse: se desgarró las entrañas transformando toda la sangre que le animara en vida en un torrente de agua que, despedazando la maleza, fue a inundar la tierra de los Muzos, y al contemplar a Fura con el cadáver de Tena en las rodillas, más tormentosas se volvieron esas aguas que enfurecidas se estrellaron contra los esposos, aislándolos para siembre y dejándolos frente a frente convertidos en dos peñones que cortados a tajos se miran todavía, separados por la atropellante corriente del río.
Inmenso fue el dolor de Fura; las pocas horas que sostuvo en las rodillas el cadáver de Tena, fueron siglos de amargura; sus lamentaciones y sus lágrimas viven y vivirán eternamente en la historia de los Muzos; sus gritos de dolor al perforar en ecos de la quietud de la selva, reventaron convertidos en banderas de multicolores mariposas, y sus lágrimas, sus torrentes de lágrimas que en vano quiso contener el hijo mimado, Itoco, se fueron transformando al beso del sol, en una cordillera de montañas, pero montañas de esmeraldas.
La triste historia de Fura y Tena conmovió sin embrago el corazón de Are, que desde su trono del sol los perdonó, poniendo para vigilar los sagrados peñones una guardia permanente de tempestades, rayos y serpientes y permitiendo que sean siempre las aguas del río Minero, sangre de Zarbi, las que descubran, clarifiquen, laven y abrillanten las esmeraldas de Muzo, lágrimas de la infiel y arrepentida Fura.
Por eso y desde entonces, los Muzos tienen un gran templo en el bífido peñón de Fura - Tena, las minas de esmeraldas, las venenosas serpientes y las más bellas mariposas.
FUENTE: Victor Julio Mendieta Verges.Pbro.Otanche y El Terrritorio Vásquez, Una Historia Joven en Colombia, Noviembre 2013 Bogotá D.C., Colombia